Con mucho retraso vamos a abordar la secuela del relanzamiento de la saga más simiesca de la historia del cine. Hay posibilidad de spoilers, por si queda algún humano que lea por ahí mis palabras.
El abandono de la secuela en un primer momento del director Peter Wyatt hizo temer por esta segunda entrega, sin embargo el hasta entonces director de Cloverfield (2008) y el remake de Déjame Entrar (2010), Matt Reeves, pareció dejar más tranquilo al personal al ser elegido para hacerce cargo.
El Amanecer del Planeta de los Simios (2014) ha resultado ser una más que digna secuela, superior en espectacularidad pero igualmente bien tratada en el apartado de historia y personajes. Y he ahí donde está uno de los grandes aciertos del film, porque lejos de centrarnos en la humanidad, se nos muestra con mayor ahínco la sociedad y el devenir de los simios después de esos nueve inviernos que han pasado desde que ganasen su libertad.
Sólo el comienzo de la película, con ese primer plano de los ojos de César con la cara pintada mientras se abre el plano y nos muestra a muchos otros simios a la espera de su orden de ataque vale su peso en oro. El instante después hace retrotraer nuestras mentes hacia lo que sabemos de nuestros antepasados cazando con lanzas, como un eco que se repite dentro de la historia, ficticia en este caso, del planeta y sus habitantes.
Sólo en ese comienzo consiguen establecer ya las tensas relaciones entre César, su hijo adolescente y su segundo, el belicista Koba. Después nos internamos en la aldea/ciudad simia, donde los más pequeños aprenden las leyes de los simios de manos del orangután Maurice, los gorilas vigilan y defienden, las hembras asisten a la mujer de César en el alumbramiento de su segundo hijo... en definitiva, una sociedad totalmente establecida.
La aparición de humanos en los bosques, tras tantos años sin verlos y dándolos por desaparecidos, desencadenará muchas reacciones, tanto entre los humanos supervivientes de la "gripe simia" como entre los simios. Como es lógico ambos bandos tendrán personajes con sentido común que creen en la coexistencia y personajes que guiados por el miedo, e incluso por el odio, crean que hay que aniquilar al contrario antes de que este los elimine a ellos.
Como es lógico César se debate de nuevo entre el amor por su propias familia y raza, y el amor inculcado por su familia humana adoptiva. No confía en ellos, pero encuentra en el humano llamado Malcom y su familia el lado bueno de la humanidad otra vez. Esto le lleva a darles un voto de confianza para que los humanos que se han reestablecido en un edificio de la desolada San Francisco, arreglen el sistema eléctrico de una presa cercana a sus dominios para reabastecerse en la ciudad y poder comenzar de nuevo. Lógicamente el miedo y el odio harán que esta frágil tregua se acabe rompiendo y un cada vez más desafiante Koba se volverá contra los deseos de César, rompiendo una de las leyes más importantes de los simios y desencadenando la guerra contra los humanos.
Toda la película está llena de conflictos, internos y externos. El propio hijo adolescente de César se debate entre obedecer a su padre o seguir las enseñanzas radicales de odio de Koba. Él sólo puede ver a los humanos a través de los que otros cuentan, pues al margen del leve contacto con la familia de Malcom y los otros que los acompañan, no es capaz en principio de hacerse una idea propia y es altamente influenciable.
La sociedad simia se divide entre los que siguen a Kobac a la guerra y los que saben y apoyan que no es lo que César desea. La sociedad humana está más confusa, porque llevan años sufriendo penurias, guerras y enfermedad. En ese estado mental ver simios montar a caballo, erguirse y hablar despierta el instinto más primitivo, el del miedo y el de sobrevivir a toda costa. Y que uno de sus líderes se guíe por esta filosofía no ayuda en absoluto.
Lógicamente este incidente entre las dos razas hace que volver atrás sea imposible, los actos de unos pocos ya no pueden deshacerse. César y Malcom se despiden como amigos, pero sabiendo que no se verán más. El líder de los simios deja marchar a los humanos supervivientes y se enfrenta al inevitable futuro. Su pueblo está a sus pies y la guerra irá a su encuentro.
De nuevo el apartado técnico de la película se supera, se mejora todo lo mejorable, haciendo que los simios parezcan aún más reales. El trabajo de Serkins y los demás actores encargados de intrerpretar a los simios queda reflejado en el resultado final, nuevamente César y compañía con su expresividad nos hacen creer que están ahí de verdad.
El encargado de la banda sonora en esta ocasión es Michael Giacchino, al que algunos creen firme sucesor de John Williams. Lo cierto es que de toda la hornada de compositores relativamente jóvenes, Giacchino es de los pocos que continúa teniendo un sonido más clásico y no insinuando en que sea mejor que el maestro Williams ni mucho menos, se entiende la comparativa.
El compositor crea un score un pelín alejado a sus trabajos más comerciales y hace un ligero acercamiento al estilo de otro maestro, el desaparecido Jerry Goldsmith, en su trabajo para el clásico El Planeta de los Simios (1968). Utiliza sonidos más tribales, pero sin perder su propio estilo de melodía ni llegar a ser tan deshumanizado con el de Goldsmith. Además realiza algún reciclaje de sus notas para Super 8 en las piezas más sentimentales.
Personalmente, aunque me encanta Giacchino y este trabajo es todo lo contrario a malo, sí que me esperaba algún contenido más cercano a sus trabajos comerciales. No obstante la diferencia entre lo esperado y lo percibido no van reñidos ni hace que no se pueda disfrutar.
Para destacar los dos ejemplos del sonido para esta película, tenéis Monkey to the City y Past Their Primates.
En definitiva, otro blockbuster que merece la pena ver y que deja con ganas de más.